A mediados del siglo XIX en
Inglaterra hubo una gran afluencia de inmigrantes irlandeses, refugiados judíos
del este de Europa y de la Rusia imperial, lo que superpobló las principales
ciudades inglesas. En la parroquia de Whitechapel, en el East End, se comenzaron
a sentir los estragos del exceso de población, lo cual provocó un decaimiento
en las condiciones de trabajo y vivienda, así como el significativo desarrollo
de una subclase económica. De igual manera, los robos, la violencia y la
dependencia del alcohol se convirtieron en asuntos de naturaleza habitual para
sus habitantes, mientras que la pobreza endémica encaminó a muchas mujeres a
recurrir a la prostitución como último recurso para subsistir. En octubre de
1888, la Policía Metropolitana de Londres estimó que había un total de 1200
prostitutas y 62 burdeles en Whitechapel. El racismo, la delincuencia, los
disturbios colectivos y la auténtica pobreza alimentaron la percepción pública
de que Whitechapel era una guarida de inmoralidad.